lunes, noviembre 5

Muñeca

Vio cómo brillaba la luz de la lámpara de su habitación reflejada en el espejo. Se miró de arriba a abajo y se dio cuenta del reciente parecido que había creado con la muñeca que quieta, inmóvil y sin vida guardaba silencio desde lo alto de la estantería. Abrió los labios en un ademán de decirle algo al reflejo de la muñeca y los cerró pensando en lo inútil de dicha acción. Se tumbó y cayó dormida, un profundo sueño le asaltó en lo más profundo de su ser, y su mente, como algo ajeno a su voluntad, empezó a tejer una historia, una película cuya pantalla era la oscuridad de los párpados cerrados. Dio un salto y se puso en pie, lo había vuelto a soñar. Había vuelto a soñar con su cuerpo, su propio cuerpo metido dentro de aquella muñeca. Intentó pronunciar alguna palabra, cualquiera, la que fuera y ningún sonido salió de su garganta, quiso gritar y ningún grito pudo emitir, intentó llorar y ninguna lágrima huyó de sus ojos, quería oír, escuchar qué pasaba, pero un silencio ahogaba aquel cuarto. Abrió los ojos y se levantó. Había soñado que despertaba simplemente pero ahora estaba despierta de verdad. Cantó,  bailó, rió, lloró de la emoción. Qué bonito era vivir, qué hermoso era escuchar el ruido de tu alrededor, un ruido ambiente que nunca te abandona, la televisión del vecino de fondo, las gotas de lluvia en la ventana, tu propia respiración. Volvió a mirar a la muñeca, esta vez fijamente, era hermosa, era perfecta. Tenía una simetría impresionante, unos ojos brillantes y unas trenzas impecables pero no oía, no olía, no veía, no sentía. La abrazó, la besó y la mimó. Se propuso revivirla.